lunes, 6 de noviembre de 2017

Daniel Pennac. “Por favor, profesores: dejen de decir que los jóvenes no leen!”


Daniel Pennac. “Por favor, profesores: dejen de decir que los jóvenes no leen!”
El gran escritor francés, invitado al Festivaletteratura de Mantova para una presentación de su último libro, se enfrenta a las nuevas tecnologías y a los viejos miedos que se nos presentan continuamente como nuevos: “¿Ninguno lee más libros? Siento que esto se repite desde hace cincuenta años y, sin embargo, estamos todavía aquí”.
Antes incluso de ser uno de los escritores más leídos del mundo, Daniel Pennac es un profesor, un profesor de literatura. Uno podría afirmarlo sin saberlo, con solo observar la paciencia con la que escucha las preguntas, la calma con que se toma tiempo para pensar y, luego, para responder, la tendencia a encontrarse con la mirada de todos los presentes cuando habla…
Más que un profesor, Pennac tiene el aura del maestro, uno de esos pacientes y agudos que comprende a quien tiene enfrente; uno que cambia la vida de los alumnos que pasan delante de él. Pero hay una cosa que le apasiona desde siempre y más que su condición de escritor de ensayos, de obras teatrales, de novelas, incluso de cómics: la lectura. Y justamente de esto hablamos detrás del telón del Teatro de Mantova antes de la presentación que el escritor francés tendría el domingo 10 de setiembre frente al público asistente al Festivalletteratura de Mantova.
“¿Qué efecto ha producido en la lectura la llegada a nuestra vida de todas estas pantallas, la desmaterialización de los libros y el consumismo de la comunicación?, son algunas de las preguntas que responde con calma, repitiendo la pregunta como hacen los maestros cuando se les hace alguna un poco estúpida. Pero no pierde para nada la paciencia, incluso comienza a narrar una historia: “Entonces, debes saber que mi primer puesto de profesor fue en 1969. El primer día entré a la escuela, fui a la sala de profesores y todos mis colegas más viejos que yo, los de sesenta y setenta años, me recibieron como se recibe a uno que recién se inicia, un principiante. Recuerdo que una de las primeras cosas que me dijeron fue: “Sabes, tal vez no leen más…”

¡Ah bueno! ¿Ya en 1969?

Si, y es algo que he escuchado miles de veces a lo largo de toda mi vida. Toda mi vida he sentido decir: no leen más por culpa de la televisión o por culpa de los videojuegos de la pereza, del consumismo. Ok, muy bien, no leen más. “Pero a ver…”, les dije a mis colegas, “¿Y Ustedes? ¿Ustedes leen?”, le pregunté a mi colega de filosofía. Me respondió que leía ensayos. “Una gran cantidad de ensayos, sabes, para preparar las clases, para mantenerme actualizado”. “¿Y algo más?”, le pregunté. “Pero… -respondió- confieso que no me gustan mucho las novelas en general”. “Entonces, le dije sonriendo, “en el fondo no lees nada ni siquiera tu. Sos un técnico de la filosofía que lee para dar cursos de filosofía. ¿Y vienes a decir que los chicos no leen? Lo cierto es que vos tampoco lees más”. Y entonces le hice la misma pregunta al profesor de Historia. ¿Sabes lo que me respondió?


¿Lo mismo que el profesor de Filosofía?

(Ríe) Exacto. Esto quiere decir que esta concepción de la lectura como mero principio de deber no tiene nada que ver con el deseo de leer y de hacer leer. Es solo una actividad pedagógica. “Los chicos de hoy no valen más porque no leen más”, decir una cosa así no tiene sentido alguno. Y de hecho es lo que se viene sosteniendo desde hace más de cincuenta años. Cada tanto cambia solo el pretexto. Que la televisión, luego el divorcio, luego los celulares, las series de TV, quién sabe cuál será el próximo “enemigo número uno” de la lectura. Pero es un hecho que desde hace cincuenta años, ninguno lee más.


¿Por qué entonces?

La única razón por la cual los jóvenes escolarizados no leen es que sus profesores no están en condiciones de compartir con ellos sus propias lecturas. ¿Y por qué esto es así? Pues porque no leen. Porque leen solo libros especializados, técnicos de su materia. ¿Y los profesores de Letras? Desde los años sesenta y hasta los noventa, es decir, por treinta años, no se interesaron sino por el estructuralismo, por la semiótica y todo aquello relacionado con la teoría literaria. No leían literatura; leían metaliteratura. Y hasta incluso tenían el coraje de decirle a los alumnos que eran ellos los que no leían… Qué idiotas… 


¿Pero existió algún momento en que eso no se dijera?

Sabes, es la propia frase en sí misma la que no se sostiene. Porque decir que los jóvenes no leen más significa plantear una comparación: ¿en relación a cuándo leen menos? ¿Comparando con 1869? Y no, porque en relación con un siglo atrás resulta incomparable en función de la cantidad de lectores que había en Europa y de allí en más ocurrió la democratización de la escuela, la escuela obligatoria y demás. Muy bien: ¿y en relación a dónde no leen más? ¿En comparación con Texas? Y no. Han hecho una encuesta hace un año atrás, sobre los regalos de Navidad. Estadísticamente según tu criterio, ¿cuál es el objeto que más se regala para Navidad en los Estados Unidos? 


¿Libros?

Mmmh, no. En Estados Unidos…. 


Ah! Armas!

¡Exacto! Y por el contrario, ¿sabés cual es el regalo más difundido en Francia? 


Esta la sé: libros.

(Ríe) Sí. Y eso aun cuando hay tanta gente, profesores sobre todo, que desde hace más de cincuenta años se lamentan de que ninguno lee. 
Pero… ¿cómo está la literatura hoy?

No obstante esta interesante automotivación del mundo literario diría que hay, pro el contrario, una hiper-producción, una inflación de publicaciones. Luego, es claro, no todo lo que se publica es literatura y hasta incluso muchas veces es difícil llamarlos libros. Tienen la forma de libros pero no tienen nada que ver y hasta incluso han transformado gran parte de las librerías en montañas de libros que ya no saben ni dónde ponerlos y la gente hace lo que puede para leer.


En muchos casos, las librerías estén llenas de libros “se usa y se tiran” y luego, desde hace más de cincuenta años, escuchamos repetir que ninguno lee y sin embargo aquí estamos nosotros sentados en las butacas de un teatro en un festival de literatura que tiene más de veinte años y usted vive de su escritura desde décadas…

Ah pero esto es sólo mi caso. El hecho de que yo sea muy leído y otro no, creo que se deriva mucho más del caso que de otra cosa. No creo en el mérito del escritor. Creo sobre todo en el mérito del lector que continúa leyendo. 


Los lectores son tipos humanos bastante resilientes, ¿no le impacta que existan tantos?

Sí, me impacta, pero ello se debe a que la lectura crea vínculos. Hay escritores que crean más lectores que otros. Por ejemplo, lo que le sucedió a la familia Malaussene[i] –una familia que no es exactamente una familia, que es una familia electiva en la cual todo se haya mezclado- ha entrado en el imaginario de los lectores o incluso ha formado vínculos con sus lectores. Si tomas por el contrario la literatura de Houellebecq también él crea vínculos, pero en un sentido opuesto, el de individuos aislados de la clase media francesa, consumidores que detestan consumir, solitarios que odian la soledad. Es otro grupo de lectores, y Houellebecq es su “trait d’union”. Pero en Francia hay gente que quiere simplemente sentir que le cuentan historias. Tome Jean Christoph Rufin, él es un narrador puro, y satisface cualquier cosa que reside en las profundidaddes de un cierto úblico lector, de figuras que pueden explicarnos el sentido de aquello que estamos viviendo, de nuestra vida, de nuestra experiencia sobre la tierra. Hay algunos ambientes y clases sociales pues, en los que la lectura resiste. Es por ello que una decena, una veintena o tal vez centenas de escritores pueden todavía vivir de su propia escritura. Pero más que mérito de ellos es mérito de la fortuna de haber encontrado lectores.


Y sin embargo la producción en serie ha cambiado nuestra relación con la literatura… ¿Es un enemigo como piensan algunos?

No lo creo, cero que más que la frecuentación con a literatura ha tenido más impacto en la frecuentación del cine o de las películas. La tendencia a la serialización de la narrativa audiovisual es ciertamente una competencia para la dimensión del film “único”. Tanto que cuando hay un film clásico que funciona rápidamente se piensa en convertirlo en serie. Hoy, en la literatura, este fenómeno exista de modo mucho más acotado, si existe. Inclus yo, que he escrito una especie de serie como la familia Malaussene, escribo mucho entre un episodio y otro, ensayos, un libro sobre mi hermano, otras novelas. Y esto es porque el autor de un libro trabaja para sí mismo, escribe aquello que tiene ganas de escribir. Y de hecho detrás de la mayor parte de las series hay equipos de guionistas. En el mejor de los casos, un escritor escribe porque sigue una pulsión, un instinto y no está dirigido a nadie sino a sí mismo. Ahora que estoy escribiendo pro ejemplo un libro sobre mi hermano, un hermano que he perdido, lo estoy haciendo primero que nada para mí. Luego, ciertamente, los lectores lo leerán, pero no nace de la necesidad de dirigirme a ellos, como ocurre con las series televisivas.


¿Nunca piensa en sus lectores cuando escribe?

No, o mejor dicho, cada tanto, solo cuando escribo ensayos y ahí me pregunto todo el tiempo cuál es el punto de vista de mis lectores. Me detengo a reflexionar sobre las posibilidades críticas y sobre las objeciones, sobre sus necesidades, sobre aquello que esperan de mí. Pero cuando se habla de novelas no, no pienso en mis lectores…


No es un diálogo, entonces…

No, no, en realidad para nada. Escribir una novela es una cosa muy infantil, idealmente infantil. Es banal decirlo, pero hay algo en las novelas que se dirige directamente al niño que ha quedado dentro nuestro. Lo digo en el sentido positivo. Hay un apetito de metáforas increíbles en el ser humano, desde siempre. Es increíble, hemos combatido siempre contra este apetito, desde el estructuralismo a la misma Universidad…


Creo tenerlo presente, he frecuentado la universidad en Francia…

Es una locura, la universidad en Francia ha intentado de alguna manera matar el vínculo espontáneo e “infantil” con la literatura.


Es el mejor modo de matarla…

Sí, pero no ha funcionado. La novela continúa existiendo…


Tal vez porque la narrativa es la verdadera pulsión del hombre. No es el caso que uno como Stephen Jay Gould propuso de llamar al homo sapiens, homo narrator…

Claro! Hay artes que parecen débiles pero que nunca se sofocan. Tomemos como ejemplo el teatro. El teatro está en crisis desde los tiempos de Sófocles. Ninguno ha ganado con el teatro salvo algunas excepciones. Y es como yo, que vivo de la literatura, no soy un caso interesante, una excepción, más única que rara. Lo que resulta interesante es que desde Boccaccio, solo para quedarnos en el caso italiano, las personas leen novelas en prosa. Pero lo cierto es que desde Sófocles, pero incluso desde antes, todos hacen teatro…


Y desde que éramos niños y jugábamos a personificar a otro es que estamos haciendo teatro, ¿no es cierto?

¡Sí, sí, exacto! Está esta potencia de la percepción metafórica de lo real que resiste todo. Y desafío a quien quiera que resistirá, exactamente como lo hace la literatura.


Traducción de Razones editoriales con la autorización de www.linkiesta.it

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